EL PELIGRO DE IR A TERAPIA Y QUE TU MIRADA SE QUEDE FIJADA EN TU OMBLIGO

14.05.25 | Por Andrea Fajardo


Para nadie es un secreto que desde hace unos años el porcentaje de personas que van a terapia ha incrementado en los países de Occidente, claro está, para aquellas que se encuentran en posiciones socio económicas lo suficientemente favorecidas para poder acceder a este servicio. Para muchos, ir a terapia se ha convertido en algo tan importante como hacer deporte o meditar, de hecho, se promueve como parte de una rutina que favorece el autocuidado.

Hasta ahora, esta ola parece ser un avance expansivo si lo comparamos con las generaciones anteriores, en donde los procesos psicológicos estaban supeditados a la búsqueda de cambios inmediatos y eficientes en la conducta humana, o el sostener el sufrimiento, la muerte y las crisis existenciales como consecuencia de las guerras, o el sentarte a explorar por horas tu mundo interior para tratar de comprender por qué eras como eras. Vale la pena aclarar que soy consciente que lo anterior es reductivo, no pretendo hacer un ensayo de la historia de la psicología y ¡correr el riesgo que aquellos que lean, se aburran!

En toda esta historia, acceder a terapia ha sido siempre un privilegio, incluyendo a países de Latinoamérica (donde la psicología llegó con algo de retraso), por lo que las generaciones anteriores a la mía parecían tener como regla de vida (variable en cada contexto) aguantar y seguir adelante, mostrar una cara amable y apetecible hacia el exterior, sin importar lo que estuviese sucediendo en el interior. Ahora que tal vez los diversos contextos socioeconómicos de los países de Occidente lo permiten, volver a revisar los procesos internos en relación con la infancia han regresado a tomar protagonismo, esta vez, dándole mucho más énfasis a procesos como el apego y el trauma y sus consecuencias en la formación de los individuos.  El concepto del niñ@ interior para aquellos adultos que van a terapia ha sido el protagonista en los procesos de sanación.

Ahora bien, sin pretender caer en los reduccionismos, en los últimos años he venido percibiendo cómo el foco de la terapia, en la mayoría de las corrientes, pretenden darle espacio al desarrollo de aquel niñ@, para expresar con palabras o con el resto del cuerpo aquello que quedó en un baúl, para descubrir aquellas necesidades insatisfechas, doler aquellos vínculos que no pudieron ser como lo necesitábamos, expandir nuestro contendor emocional para sentir lo que antes se sentía peligroso y así, darle espacio a aquella parte narcisista por desarrollo de cada uno nosotros para que crezca y se desarrolle, de tal forma que ésta pueda ser integrada al adulto actual, autónomo que tiene la capacidad de sostenerse física y emocionalmente.

Esta mirada es una revolución inmensa, sin embargo, noto en mí una parte que se incomoda al percibir el sobre énfasis que hay en el proceso individual. No me mal interpreten, me dedico a esto y que pasado por mi propio proceso, creo profundamente en cuán importante es apoyar los procesos de transformación de aquellas partes que no tuvieron espacio para poder llegar a vivir una vida como un adulto más completo, con una mirada y una consciencia emocional, corporal y mental más en sincronía con el presente. Sin embargo, me temo que el riesgo es quedarnos aquí, en la mirada del yo, como ser unitario y solo en el mundo, viviendo un narcicismo diario en donde lo que más importa son las propias necesidades, los propios límites, las emociones y en general, el mundo interior de cada uno. De hecho, con el riesgo a equivocarme, noto que nos estamos quedando aquí.

El niño en su etapa natural de narcisismo le es muy difícil comprender que existe un otro con una realidad particular e igual de importante que la suya, y esto es necesario para su proceso de individuación. Pero cuando hablamos de adultos que buscan crecer y sanar las heridas del pasado, que meditan y son conscientes de su mundo interior, que defienden sus límites con una mirada hacia su propio ombligo, ahí el proceso como individuos que hacen parte de algo más grande corre el gran riesgo de estancarse.

¿Qué tanto nos damos cuenta de que afuera de nosotros existe otro? ¿Cómo usamos la relación terapéutica como lienzo para aprender a relacionarnos? ¿De qué forma llevamos lo que hemos aprendido en terapia a las relaciones y los contextos que las colorean? Y ¿qué tal si parte del proceso de expansión como humanos (que hacen parte de un colectivo) es poder honrar la verdad de nuestro corazón en relación con otro que también tiene una verdad? Salir de nuestro ombligo para encontrarnos con otro ombligo sintiente, humano, animal, vegetal, creando y aprendiendo a sostener relaciones profundas. 

Pienso en lo mucho que está de moda poner límites, por ejemplo, y en cómo parece estar dibujándose un imaginario de límites en donde el otro deja de existir: “esto es lo que yo quiero, lo que yo necesito, punto. Si no te gusta, te puedes ir.” Y vaya, que hay momentos en los que esto es necesario. Sin embargo, en la gran mayoría de los casos, los extremos pueden no ser necesarios. ¿Dónde queda el otro?, ¿nos interesa qué sucede en el otro?, ¿permitimos que nos impacte lo que sucede en el mundo interior del otro?, ¿podemos concebir que existe un espacio en el medio entre tú y yo, de posibilidades infinitas para co-crear?

Llevar nuestra realidad interior al campo exterior, aprendiendo a sostener la verdad que surge en nuestro corazón y el efecto que la verdad de otro tiene en nosotros, darnos cuenta de que nuestro ombligo está conectado a muchos otros ombligos, que lo que sucede adentro tiene un afecto afuera y lo que sucede afuera tiene un efecto adentro. Bailar solo es muy placentero y podemos aprender otros ritmos o despertar ritmos que no sabíamos que existían cuando invitamos a aceptamos la invitación de otro a bailar. Para aprender a fluir en el baile de la vida, necesitamos practicar en solitario y en relación con diferentes versiones de nosotros mism@s y con diferentes bailarin@s, una y otra vez, una y otra vez. Co-crear, que nuestro ritmo sea un puente para conectar y entregarnos a otro, auto trascender y sentir el impacto que tiene estar conectados con todo. En vez de eres tú o soy yo, eres tú y soy yo, eres, soy y vamos siendo, mi invitación es a traer curiosidad al espacio entre tú y yo, entre tú y el otro.

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THE RISK OF GOING TO THERAPY AND HAVING OUR GAZE FIXED ON OUR NAVEL